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sábado, 20 de febrero de 2010

IMÁGENES DE LA CALLE






GENTE BUENA EN LA CALLE




PARA TI MUCHACHA DE CABELLOS RIZADOS DEL BARRIO DE LA PERLA:
UNA ROSA EN LA CALLE
Madrid, a las 18 horas del día 16 de febrero de 2010.
Era una tarde de invierno. Las nubes negaban al barrio la luz que se merecía. La Avenida de los Rosales era besada por los labios de un frío pertinaz y caprichoso. La perla, que así se llama esta urbanización de un barrio del sur del Madrid, no brillaba esa tarde.
Un hombre mayor, de pelo canoso y andar vacilante, cargaba con cuatro bolsas de fruta. Sus dedos marcados por el peso de la carga, presentaban a flor de piel, el color amoratado de la sangre retenida por el plástico. La imagen normal de un jubilado con la compra camino de su casa. Sus músculos tensados por el peso y castigados por el dolor, le hicieron pensar cuan largo era el camino. Depositó las bolsas en el suelo y respiró un momento aliviado. En aquellos precisos instantes una joven se acerca y le ofrece su ayuda generosa. El hombre, agradecido, no sabe qué decirla. Lo piensa unos momentos, mira a la joven, y rechaza su ayuda sorprendido:
-No, no hija. Muchas gracias. Eres muy amable. Sólo descansaba un momento.
El hombre volvió a tomar sus bolsas y emprendió el camino a casa. Seguro que cuando llegó a la misma le temblaban los brazos y los dedos de ambas manos.
Yo que presenciaba la escena, observé a aquella chica rubia, como de unos 20 años, con el pelo trazado en múltiples rizos, cómo con un simple "de nada", abandonaba el lugar y se dirigía a su domicilio, tal vez agobiada por el cansancio de un duro y largo día de trabajo.
En mi corazón, se grabaron dos cosas. una, que hay gente extraordinaria, y otra, que el tiempo no perdona y nos quiebran las manos unas bolsas de fruta.
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UNA ROSA AMARILLA
(A ti, muchacha de cabellos rizados)
Las nubes oscurecían
la Avenida los rosales.
Era una tarde invernal
cómo tantas otras tardes.
Un hombre mayor camina,
trémulo de soledades.
Le cuelgan bolsas de fruta
de sus brazos otoñales.
Descansa un rato en la acera
y contempla los rosales.
No hay rosas, están vacíos.
El gris domina los aires...
De pronto, la luz adorna
el ámbito de la calle,
porque una joven se acerca
al hombre para ayudarle.
Aunque rechaza su gesto,
siente que le besa el aire
y en una rosa amarilla
se ha convertido la tarde.
El hombre mira a la joven
y del corazón le sale:
"un gracias, linda muchacha"
ya sé que existen los ángeles.
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