A veces, la vida
me entristece enormemente.
Busco desesperado
y sólo encuentro
el ronco bramido de la tierra.
Todo duerme, hasta los vivos duermen
en este olvido que me aterra.
Sólo los inmortales parecen entenderse,
y se hablan, se gritan o se aman
o se odian ferozmente.
Dónde está Dios, me pregunto,
cuando veo en algunos niños esa hambruna,
ese acto de muerte, esa tristeza...
Y recuerdo a Omaira y a otros niños sufriendo.
Todo se remueve en mis entrañas,
y lloro amargamente por vivos y por muertos;
y grito y pregunto: ¿conciencia, Dios,
dónde estáis?
Unas voces lejanas me susurran:
entre nosotros, amigo, entre nosotros.
Dios, no ha inventado el hacha que nos hiere,
sólo creó la vida y la materia, ambas perfumadas,
puras y benévolas, melíferas...
Ellas, se impregnan de dolor cuando las hieren.
Tal vez, un día, la vida y la materia serán hierro
para mellar el hacha que las corta.
Entonces, me digo, a qué esperamos
para desterrar el hacha que nos cuelga
del corazón, el hombro o la cintura.
***
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