Juan Gómez, ligeramente inclinado sobre el improvisado escritorio de su alcoba, escribía fervorosamente una carta, era una carta desde la soledad, desde el íntimo desgarro del dolor y la impotencia de una separación no deseada.
Amor mío: en la soledad de mi alcoba me dispongo a escribirte. No quiero que nadie descubra mi secreto, ni que nadie me contemple cuando escribo esta carta. Tampoco quiero intrusos entre tú y mi pensamiento y, aunque tu presencia no es física, amor mío, tatuada en el alma yo te llevo. Tu intangible presencia, en mi Mácula Lútea la retengo en perenne secuencia de nítidas imágenes. Vas en mí. En mis pulsos te siento, amada mía. Tu perfume me llega delicado y profundo, es tu olor que me envuelve como brisa marina. Tú y yo, sabemos que me tomarían por loco, claro está, si supieran que te escribo a las estrellas; pero yo bien me entiendo, y con la ilusión de tu amor pervivo. ¿Verdad que tú me entiendes, amor mío? ¡Tantos años de amor, jamás podrán borrarse! Me dicen que tengo que sobreponerme. Que tengo que luchar. Pero vivir sin ti carece de sentido. ¿Quién podría olvidar a una rosa mojada que latente y suave, mantuviera en sus manos?
Solamente un sentimiento ético y religioso me mantiene en este mundo...
(Del libro: "Relatos para el recuerdo")
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