Ahora viene la fiebre coronando
con su traje de llama y calentura
la frente de las pobres criaturas
que sudores de amor van derramando.
Aún les queda esperanza y van soñando
en esa mano amiga de ternura
que apacigue el dolor y la negrura
de ese mortal estigma ya encumbrado.
Ya comienza el asedio de la pena,
pues la muerte navega por el aire
en un alud de acíbar por que llena
los ríos de la tierra y de la sangre.
Este sufrir de un pueblo me condena
a sentirme de barro y no de carne.
***
27 de octubre de 2010
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