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miércoles, 29 de julio de 2009

TRES CABALLEROS EN CÁCERES

Una clara y calurosa mañana del mes de julio de 1609, en tiempos de Felipe III, y siendo las 11,30 horas del día 16 del mes mencionado, tres caballeros de los de buen beber, capa sobre el hombro y blanca bien enfundada, enguantados y cubriendo su flotante cintura con ancho cincho de piel de vacuno, llevan propósito de facer algún acto de justicia. Proceden los caballeros de la noble Villa de Arroyo del Puerco. Entran con paso decidido en la muy noble Ciudad de Cáceres. Entran por el hermoso y pétreo "Arco de la Estrella" dejando a un lado la "Torre del Bujaco" que, cual centinela alerta, vigila sigilosa con altiva y fogosa mirada la entrada de la que un día iba a ser Ciudad Monumental y posteriormente "Ciudad de la Cultura 2016"
Los tres caballeros, de porte algo pueblerino pero no por eso menos ilustrados, mano izquierda apoyada en la empuñadora de sus respectivas espadas, caminan dirección a la Plaza de San Jorge, pasando junto a San Pedro, a quien dirigen una furtiva y rápida mirada, pues no es cuestión de santos sino de damas, la misión de los tres enlutados caballeros.
Alcanzan la Plaza de San Jorge, sin haber tan siquiera pedido permiso al bueno de San Pedro de Alcántara, quien lleva el dedo casi pelado de tanto besuqueo y manoseo indiscriminado. Hacen también caso omiso a un joven que alegra la mañana con su voz bien timbrada y su guitarra de arpegios nostálgicos. No tienen estos individuos otro afán después de facer justicia que el de extasiarse en la contemplación de las bellísimas mujeres que atesora dicha Ciudad, ya residentes en la misma, o venidas de otros lugares de la Extremadura barroca.
En la Plaza otean a una dama encorsetada que viste y se acicala con el verde atuendo de la época, la cual, recibe a los tres aventureros cerveceros y canosos que dicen ser caballeros de la Corte Real. Inquieren a la dama que, resulta ser Doña Leonor de Aldana, rubia y apetecible criatura que emanando efluvios de calor (que no de calentura) y de cansancio pero con una hermosa y deslumbrante sonrisa, informa con todo lujo de detalles a los tres andarines palaciegos, de todo lo que acontece por los alrededores. El trío, uno por uno, se despojan de sus sombreros emplumados, doblan sus enquilosadas visagras y tomando en sus ansiosas retinas imágenes invertidas de doña Leonor, se despiden de ella con tres,-gracias a vuesa merced, ilustre y encantadora dama-
-Gracias a vuesa merced y bla, bla, bla...

A DOÑA LEONOR DE ALDANA (Curra)
con sincero agradecimiento.
:-:-:-:
No era el oro de la calle
sino el rayo de su pelo,
lo que pintó mi pañuelo
con caricias del Adarve.

Doña Leonor, verdes ojos,
ceñida en vestido verde
me enseña bien y no pierde
el camino de los gozos.

Rosa de tanta hermosura
que del barroco hace alarde,
es bandera y estandarte
de mi bella Extremadura.

¡Quién pudiera ilustre dama
mirarse un día en tus ojos
y aunque en Flandes sea despojo
llevar tu nombre en mi espada!
***

Siguen los tres caballeros y a sus largas narizotas viene un vaho y no es bellota la molienda del caldero.
Instruidos por doña Leonor, cómo ya sabemos, suben peldaños arriba que no gusta a sus barrigas, pero el vaho es un clamor a chocolate del bueno y esto mitiga perezas al más pintao y al más bueno.
Cuesta de la Compañía que al subir tiene un "Rincón" donde una tienda morisca guarda el tesoro mejor. Ni la pena de expulsión ni rumores de morisca hace que los caballeros desistan de su ilusión. Tras la fatiga en la Cuesta, una dama de ternura les muestra la salvación con su mirada de luna. Es forma de grano oscuro que después de elaborado resulta ser chocolate que prueban los tres mangantes caballeros enguantados.
¡Qué dama, Señor, qué dama!
Cuentan las lenguas del barrio y Plaza de las Veletas que "Junaina" es la criada, una morisca preciosa que les explica el proceso del chocolate y su peso. Es tan bella la morisca que no escucharon la clase, sólo miraron sus ojos y no creyeron el dicho de que es morisca de día y en la noche se hace Dama, blanca flor inmaculada que mirarla es la delicia, no sólo por su ternura y por su amable postura, sino por su linda boca, por la que sueñan amores capitanes y doctores, españoles de gran porte y valentía.Y dicen que también fue un Caballero de noche que en su adentro poseía una dama de tal porte.
Quedaron prendados pues, y evocando la memoria de un Cáceres encantado vieron en las plazuelas una gran Dama de blanco. Sea criada o sea marquesa o Doña Clara realeza de caballero vestida, sea lo que fuere esta diosa, de blanco y radiante velo, ya es parte de aquesta historia y es un amor extremeño.

A Doña Clara de noche o Junaina en morería
con sincera admiración.
EVOCACIÓN
Mi Cáceres evocado,
mi sueño de morería,
rosa de piedra y de nardo
en la luz de cada día.
Te llevo amor a mi lado,
monumento en mi alegría
y en mi sangre tatuado
Cáceres del alma mía.
¡Oh, Doña Clara de noche!
¡Oh, Junaina por el día!
¡Oh, Reina, los capitanes
que yo por ti vencería!
No hay espada en las Veletas
que brille como la mía
ni fuego de amor que tenga
tan apunto la osadía.
Muero abrazado a la piedra
y sea de noche o de día
Cáceres vive en mi sangre
con su flor o con la mía.
Con don Alonso Contreras
en duelo me batería
si a doña Clara de noche
antes que yo besaría.
¡Ay Plaza de San Mateo
corazón que a mi me guía
con elixir de cariño
en esta batalla mía!
Cáceres Monumental
tesoro del alma mía,
Capital de la Cultura
y flor de mi serranía.
La Virgen de la Montaña
sea de Cáceres la guía
y en los brillos de su manto
te lleve amor, noche y día.
Y ya, Cáceres del alma,
te dejo esta copla mía,
esta flor de mi tesoro
que sin ti nada sería.
***
Después de paladear el delicioso chocolate y de mirar embobados a los bonitos ojos de la morisca, criada o dama de cuna, ¿qué más da si la fortuna es mirar a una mujer y mejor si es de buen ver?
Suben los tres Caballeros la Cuesta la Compañía y van en buena armonía de chocolate no llenos. Al paso ven a un morisco, a quien para Quevedón y de momento se aprecia que es ciego el hombre de Dios, el cual palpa la barriga del amigo Quevedón y dice el buen malandrín:
-Vuesa Merced está llena de buen vino y buen jamón, y quizá del"pata negra" de Arroyo, mi buen señor.
Al momento, Quevedón, que es noble, sabio y de alta alcurnia, le dice al ciego muy serio en un barroco cultísimo:
-Vos sois ciego, Caballero, pero palpáis la barriga como un sabio curandero.
Se va el ciego calle abajo, medio roto y medio lleno de refresco, que quién sabe si es de limón o agua del Aljibe cacereño.
De la cumbre de la cuesta viene el aire medio lleno de un perfume parisino que empina espada y destino de aquestos tres Caballeros.
Se allegan a dos mujeres que en actitud libertina suben faldas, y van prietas de corpiños ajustados y sin trabas en la lengua andan flojas de pamplinas.
-¿Sois putas?-inquiere Cárpio, incurriendo en timidez.
-Somos moriscas, dicen ambas.
-Yo,Nadara, bruja y gitana, dice una.
-Yo, Mari Sánchez, mujer de vida agradable, podemos facer de oficio vuestra vida confortable, entre sapos y culebras, con brebajes malvasía, facemos cama y posada por la noche y por el día.
Las contesta Parquilaso con poema de León:
-Mira como se me pone/ la piel ca vez que me acuerdo/que soy un hombre casao/ y sin embargo te quiero.
Las putas, (¡bueno, las damas!) que todo es representación, agradecen aquel gesto del trovero Parquilaso que se va muerto de miedo.
Caminan hacia el bodegón "El Puntapiés" entre bromas y entre risas sin dar siquiera un traspiés.
Uno de los Caballeros, que como saben se llama Cárpio, pide cerveza y buen vino y tortilla bien pasada. Entre tanto Parquilaso, trae invitado a un Capitán, que espada al cinto les cuenta entre un tropel de chiquillos, los nombres de la herramienta, que si la espada es la blanca, que si la daga es aquesta, que estuvo en Flandes luchando por el Rey y sus pesetas.
Estaban ya Cárpio, Quevedón y Parquilaso prestos a reprender al Capitán por incitación a la guerra, cuando éste dio término a la conferencia (que fue lo que le salvó), diciendo:
-La guerra es mala, jamás queráis hacer guerra.
Volvió a tomar la palabra, diciendo:
-Yo soy válido del Rey y tengo en aquesta Villa mando en Plaza y si queréis invitarme, hacezlo con sangría que pone la sangre fría p'a expulsar a los moriscos.
Los tres Caballeros, oyendo tal osadía tiran de la blanca prestos, afeando al Capitán hacia el morisco tal gesto, al que reprochan y advierten la pena del cacereño. Cáceres quiere a los moriscos porque llevan el comercio, y las moriscas han sido muy simpáticas con ellos.
Aunque brillaron espadas y hubo dimes y diretes, no se mancharon las piedras con sangre de los valientes.
Levantaron su protesta Cárpio y Quevedón, no obstante, invitose al Capitán a sangría con canela y se envainan las espadas y aquí paz y luego "bellas bailarinas y doncellas de un Cáceres que se queja y siempre pide paz porque detesta la guerra.
Abandonan ya la Plaza los Caballeros errantes y reciben muy galantes de la Dama del Castillo enseñanzas sobre el baile: bailan Pavana y Gallarda, Branle de las lavanderas y el Branle de los guisantes con Romance en son de fiesta.
Alejandra del Castillo, ¡qué dama tan postinera!, ¡qué profesora de brillo!, si hasta la voz lleva herida de los bailes de corrillo. Hay compases de Salteiro, de Rabel, de Saz (llamado también Calachón) y todos los instrumentos que la dama les señala, que a los caballeros parece que son de Laúd y de alma, alma barroca y morisca que suena a beso y a tabla.
Se vuelven los caballeros por el lugar que han venido y beben en unas jarras el fresquito bebedizo que las brujas les donaran con aquelarres y gritos.
Cárpio, no bebe de las jarras repujadas, prefiere vino tintillo de las Vegas del Guadiana. Y ya, henchidos de rubia espumosa y morapio emeritense, vuelven por donde han venido, retomando las cuatro leguas que les separa de Arroyo del Puerco, cuatro leguas sin caballo ni burro, son suficiente aditivo para volver a la Villa con los moginos desollados y ansiosos de suave y blanca "mustela"¿qué digo, mustela? "manteca" y puede que rancia, no olvidemos que estamos en 1.609. En el Barroco, la mustela era una palabra inventada por algún loco amante de la pluma y el garabateo.
Y tras esta barroca y soñolienta parrafada termina la historia de tres arroyanos locos, viejos locos y acabados que se escaparon un día al Cáceres Evocado.
FIN